EL PODER DE LA VULNERABILIDAD
Texto e Ilustraciones: Rodrigo Vázquez Gutiérrez
El miedo los sobrepasaba. Pensar en hacer eso era algo con lo que simplemente, no podían vivir.
O al menos eso era lo que pensaban Carlos y María Elena cuando, inconscientemente, creían que mostrarse vulnerables ante el mundo estaría catalogada como la peor muestra de debilidad. Sería una vergüenza pública que los “Ruvalcaba Mayagoitia” fueran percibidos como una familia que no podía con las adversidades que les presentaba la vida.
Carlos y María Fernanda se habían conocido en la universidad cuando él cursaba el cuarto semestre de la carrera de medicina y ella recién empezaba sus estudios en leyes continuando con la tradición que había comenzado su tatarabuelo, el destacado Licenciado Don Augusto Mayagoitia y Puente, fundador de uno de los más reconocidos despachos del país.
Carlos era alto, varonil, bien parecido, muy inteligente y con un empuje envidiable. Era el presidente del club de investigadores de la facultad y capitán del equipo de fútbol, además de tener el mejor promedio de su generación. Por su parte María Elena era sensata, buena amiga y mejor confidente. Guapa como pocas, delgada y no sólo lista y muy inteligente, sino que también era reconocida como una joven de valores, enfocada y que destacaba por tener muy claro lo que quería.
Se conocieron en la fiesta de cumpleaños de un amigo en común y el flechazo fue instantáneo. “Amor a primera vista” como le llaman las revistas del corazón. Empezaron a salir y a las pocas semanas se hicieron novios. Desde el primer momento sintieron que estaban hechos el uno para el otro, creencia que se reforzaba a medida que se conocían; ambos eran decididos, entregados, apasionados, con enfoque y luchadores. Después de un noviazgo que se mantuvo durante sus años en la universidad, se casaron y partieron al extranjero para continuar con sus estudios de posgrado, no sin antes haberse titulado con mención honorífica.
Durante su permanencia fuera del país, todo era miel sobre hojuelas; Carlos seguía destacando entre sus pares y poco a poco se convertía en un excelente cirujano. Y María Elena, además de estar al cuidado de la casa, adquiría los conocimientos necesarios para llegar a ser la abogada de la cual su padre y sus ancestros estarían muy orgullosos.
Su vida transcurría llena de felicidad con una mezcla de logros y victorias. Destacaban en sus respectivas profesiones al tiempo que eran vistos como “la pareja ideal”. Y habiendo regresado a su lugar de origen, decidieron que era tiempo de convertirse en padres lo cual consiguieron al cabo de 14 meses cuando nació “Antonio”, su primogénito. Lamentablemente Toño nació con una discapacidad física y mental importante, y como cualquier persona que nace con dichas características, iba a necesitar mucha atención y cuidados especiales a lo largo de su vida. Para Carlos y María Elena este fue un golpe devastador. Desde su ignorancia en el tema, se sentían tremendamente vulnerables ante los ojos del mundo, pero peor aún, ante la “alta sociedad” de la cual formaban parte. ¡Cómo iban “ellos” a tener un hijo así! No se explicaban por qué la vida “los castigaba de esa manera”. Una vez más, desde su completa ignorancia…
Y toda esta historia nos lleva al tema principal de este artículo; la vulnerabilidad. Esa condición aterradora en la cual tememos ser heridos física o moralmente. Aquella situación en la que nos sentimos “desarmados” y a expensas del terrible escrutinio de los demás. Esa posición en la que nos afecta el “qué dirán” y el cómo creemos que nos ven los demás.
La vulnerabilidad se da a partir de la incertidumbre, el riesgo y la exposición emocional. Típica y erróneamente es percibida como una muestra de debilidad. No nos permitimos ser vulnerables porque nos da vergüenza y tenemos miedo a la desconexión. Es decir que hay algo en mí, que, si los demás saben o ven, provocará el no ser digno de pertenecer y no tener conexión. Y lo peor es que cuanto menos hablamos de ello, más lo sentimos y más miedo tenemos, más vulnerables somos y, por lo tanto, más miedo tenemos. Es decir que se convierte en un círculo vicioso.
Y aunque cada uno se siente vulnerable por sus propios motivos, éstas son algunas circunstancias que provocan que nos sintamos de esta manera:
Al tener que pedir ayuda por estar en una situación que nos rebasa
En los momentos en los que tenemos la sensación de que no pertenecemos
Cuando surge el temor a ser rechazados
Al ser despedidos del trabajo
Cuando estamos esperando los resultados de un estudio médico
En aquellas situaciones en las que invitamos a salir a alguien que nos interesa
Es en estos momentos en los que se asocian sentimientos de vergüenza, pena, miedo o decepción.
Lo que hay que entender es que en la vulnerabilidad nace la alegría, la empatía, la creatividad, la pertenencia y el amor. Y que sentirse vulnerable es parte natural del crecimiento y la expansión. La vulnerabilidad propicia conexión dando propósito, dignidad y significado a nuestras vidas. Las personas que viven con dignidad desarrollan el coraje de ser vulnerables e imperfectas. Tienen compasión siendo amables con ellas mismas y con otras personas generando conexión como resultado de su autenticidad. Aceptan por completo su vulnerabilidad ya que saben que es necesaria. Son personas que están dispuestas a ser las primeras en expresar sus sentimientos, o a hacer cosas en donde no existe ninguna garantía de éxito o de salir victoriosas.
Tenemos que dejarnos ver, ser vulnerables, “aventarnos al ruedo” aunque no haya certeza, ya que ser vulnerable significa estar vivo. La manera de vivir es con vulnerabilidad dejando de lado la necesidad de controlar y predecir, y entendiendo que es parte de la vida.
Es necesario deshacernos de la falsa creencia de que la vulnerabilidad es un símbolo de debilidad y darnos cuenta de que ser vulnerables representa una gran muestra de valentía y coraje. Cuando quitamos la armadura que nos protege de la vulnerabilidad, abrimos paso a experiencias que brindan significado y conexión a nuestras vidas. ¿Y quién no quisiera tener significado y conexión en su vida?
Y, por cierto, ¿cómo termina la historia de Carlos, María Elena y Toño? Pues cambiando su temor por conexión, su inseguridad por amor y su falso deseo de pertenencia por un genuino deseo de formar parte de algo más grande e importante que ellos mismos. Afortunadamente entendieron que ser vulnerables los conecta, los hace más valiosos y les permite ser mejores seres humanos.
“La vulnerabilidad no es debilidad; es nuestra mayor medida de coraje”
Brené Brown
Contacto:
- Mail: rvazquezcoaching@yahoo.com
- Facebook e Instagram: RodrigoVazquezCoaching
- Twitter: RVazCoaching
Comments