Encuentra tu Propósito. Y vívelo para ser más feliz…
Por Rodrigo Vázquez Gutiérrez
Vivir tu propósito versus las actividades que diariamente llevas a cabo para ganar dinero no es necesariamente lo mismo.
Déjame contarte tres historias:
Juan era un exitoso vendedor de automóviles. Cuando en un mes típico el promedio de ventas de sus compañeros era de 5 coches, él lograba alcanzar entre los 15 y 20 cierres. No sólo tenía unos números que envidiaría cualquier otro asesor de ventas de la industria automotriz, sino que además lograba colocar los autos más lujosos de la marca. Era la envidia de sus colegas y el ejemplo que ponían sus jefes a los demás. Comentaban que no habían conocido a un mejor vendedor y que era el orgullo de la marca. Los premios de ventas que se otorgaban en las convenciones anuales organizadas por el corporativo siempre eran para Juan. De hecho, logró obtener el premio “Top Star” durante 7 años seguidos, algo que nadie en todo el país lo había conseguido jamás. Juan estaba convencido de que “había nacido para vender automóviles”. Que ese era su propósito y su razón de ser.
Adriana por su parte, era una excelente y muy reconocida maestra de primaria. Tenía una trayectoria de 21 años como profesora desde que recibió su título de “Licenciada en Pedagogía” por parte de una prestigiosa universidad del extranjero, y había dado clases en todos los grados del colegio. Comenzó con clases de arte en el kínder y más tarde le ofrecieron el puesto de “maestra titular de 1° de primaria”. De ahí fue escalando a 2°, 4°, 5° y 6° de primaria y posteriormente a dar clases en secundaria y preparatoria. “Nací para enseñar” decía Adriana con júbilo cuando sus alumnas sacaban buenas notas y se comprometían con la entrega de sus tareas y con los trabajos que les asignaba. Había ganado varias veces el premio a la maestra del año y la directora del colegio no podía estar más satisfecha con sus métodos de enseñanza y con lo bien preparadas que salían sus alumnas.
Y finalmente estaba Pedro; asesor profesional de seguros por tradición familiar. Su abuelo había sido asesor durante 35 años y había fundado un despacho de intermediarios de seguros del que su padre se había hecho cargo desde que había salido de la universidad hacía ya más de 53 años. Aunque Pedro era el candidato natural para hacerse cargo del negocio una vez que su padre se retirara, a él lo que le gustaba era sentir la adrenalina de cerrar un negocio. “Es como manejar un coche de F1 a más de 300 kms/hr” decía… Premios, bonos en metal y en especie y un sinfín de reconocimientos más estaban en su haber. Convencionista permanente desde los 23 años y miembro “Top of the Table” de la MDRT desde los 25. Los directivos de las aseguradoras literalmente le rogaban para que diera cursos de ventas en sus compañías y los ayudara con técnicas de reclutamiento de nuevos agentes. “Por favor, necesitamos que les enseñes a vender y los ayudes a que vean los altísimos ingresos que pueden obtener en esta noble profesión”, le decía el director general de la mayor aseguradora del país.
Y si bien es cierto que Juan, Adriana y Pedro destacaban en sus respectivas profesiones, de lo que no se daban cuenta era de que no sólo hacían algo para lo que eran muy buenos, sino que también vivían su propósito sin saberlo. Juan y Pedro pensaban que había venido al mundo a vender, y Adriana estaba convencida de que estaba aquí para enseñar. Sin embargo, esa tan pobre descripción de sus actividades estaba muy alejada de lo que en verdad era su propósito.
Aunque Juan pensaba que lo suyo era vender automóviles, su propósito se centraba en brindar felicidad. Sus clientes lo apreciaban por la manera en cómo los hacía sentir cuando adquirían un coche; perseverantes, tenaces, enfocados y exitosos. Les reconocía y valoraba el esfuerzo y los sacrificios que la mayoría hacía durante largos períodos de tiempo en los que se centraban en ahorrar para adquirir un coche. La manera en cómo Juan llevaba a cabo la entrega de un auto nuevo, llena de detalles e invitando secretamente a la familia, hacía de esta, un momento memorable lleno de orgullo y reconocimiento personal y familiar. Sus clientes regresaban cada 3 o 4 años para comprarle precisamente a él, no así a “la marca”, un coche nuevo. Lo recomendaban a sus amigos y familiares comentando lo bien que se habían sentido con su trato y desinteresadas recomendaciones. Juan los hacía sentir valorados y felices.
Por su parte, el propósito de Adriana no era “ser maestra y enseñar”. Ella vivía su propósito ayudando a formar seres humanos confiados, resilientes, que creían en sí mismos; que se dan cuenta de sus infinitas capacidades y descubren sus dones. Ayudaba a niños y adolescentes a encontrar sus profesiones reconociendo su valía y recibiendo, en no pocas ocasiones, el amor que tantas veces hacía falta en su casa. Su pasión y entrega demostraban a sus alumnos como debían de entregarse las personas a su propósito en la vida.
Y Pedro, Pedro no era una persona que simplemente “vendía seguros”. Su propósito iba mucho más allá: brindaba certeza, confianza, seguridad y tranquilidad a sus clientes y familiares. Él era quien transmitía el amor de un esposo hacia su viuda o el de un padre o madre hacia sus hijos cuando éstos quedaban huérfanos. Él ayudaba a las personas a generar sueños y posibilidades por medio de seguros para la educación, y certidumbre y plenitud a través de los planes de retiro que sus clientes adquirían con su asesoría.
El propósito de las personas va más allá de sus actividades cotidianas. Mucho más lejos de lo que hacen para generar dinero, sostenerse a sí mismos y ofrecer a sus familias casa y sustento. El propósito es la razón de vida y el porqué de nuestra existencia. Llegamos al mundo para vivir más allá de nuestras creencias y visiones limitantes y tenemos el compromiso de vivir al máximo de nuestras capacidades. Date cuenta de tu propósito y vívelo cada día. Sin duda, una vez que lo encuentres y lo hagas parte de tu vida, tendrás una existencia mucho más dichosa…
Si logras descifrar el propósito de tu vida, tendrás una existencia más plena y feliz…
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