La importancia de las segundas oportunidades para uno mismo.
Por Rodrigo Vázquez Gutiérrez
En el béisbol, tienes 3 oportunidades para batear y avanzar hacia las bases antes de regresar a la banca.
Y tú, en la vida, ¿cuántas oportunidades te das?
Paulina era una mujer preparada; graduada con honores en la mejor universidad del país y con títulos de maestría y doctorado en universidades del extranjero. Ambos títulos también obtenidos con honores. Desde chica había sobresalido en todas las actividades a las que se dedicaba; “prima ballerina” en la compañía de ballet, capitana indiscutible del equipo de voleibol nacional y campeona de spelling bee durante los 6 grados de la primaria. Guapa, inteligente, simpática, extremadamente culta y con un carisma arrollador. “Una joya” decía su abuela.
Paulina se exigía a sí misma más que a nadie. Le gustaba decir que ella era su peor juez y creía firmemente que absolutamente todo debía hacerse bien y a la primera, ya que “las cosas o se hacen bien o mejor no se hacen”. Su frase preferida era: “El segundo en llegar es el primero en fallar” y en cuestión de puntualidad consideraba que “es de buena educación llegar 10 minutos antes a cualquier cita, ya que eso demuestra el respeto que uno tiene por el tiempo de los demás”.
Como es de suponerse, su perfeccionismo, arduo trabajo y autoexigencia constante la habían llevado a alcanzar los escalafones más altos dentro de la compañía multinacional en la que trabajó por más de 45 años; gerente de área a los 23, directora nacional a los 28, vicepresidenta regional a los 34, vicepresidenta global senior a los 39 para después consolidarse como la persona más joven y primera mujer en lograr ser la directora general de la empresa con tan solo 44 primaveras. Consejera en 17 organizaciones, mentora recurrente y asesora informal del presidente del país. “Tiene el mundo a sus pies” decían los que la admiraban.
Y esa es la parte bonita…
Pero cuando se cuentan este tipo de historias, poco se habla del “infierno” por el que pueden pasar las personas para las cuales todo debería ser y estar, simplemente perfecto. Aquellas para quienes la palabra “fallar” no puede existir en su vocabulario y el no lograr las cosas “a la primera”, puede ser devastador. En un principio pareciera que todo es “miel sobre hojuelas” en su vida; éxito, reconocimiento, triunfo, logros, premios… Es decir, “una vida de ensueño…” Sin embargo, no todo es color de rosa, ya que de manera frecuente presentan uno o varios de los siguientes síntomas:
Depresión, ansiedad, estrés, noches sin dormir, problemas para relacionarse con quienes “no dan el 100%” o no se desempeñan al “nivel esperado”.
Autoestima frágil y cambiante, ya que el sentimiento de valía personal está en función de cómo salgan las cosas y no del esfuerzo que se hizo.
Rumiación excesiva analizando una y otra vez el comportamiento y centrándose en lo negativo o en lo que se considera que se ha errado.
Somatizaciones que se presentan en forma de trastornos gastrointestinales, migrañas, contracturas musculares o fibromialgia.
Procrastinación: aquel miedo al fracaso que se traduce en posponer continuamente lo que se tiene que hacer, ya que se anticipa una posibilidad de error al realizar una tarea o llevar a cabo una actividad en específico.
Burnout: Agotamiento emocional, fatiga y depresión.
Y no es que esté mal querer que te vaya bien, tener éxito y ser feliz. ¡Al contrario! Estas deberían de ser algunas de las muchas aspiraciones de las personas. Sin embargo, es necesario entender que los seres humanos erramos una y mil veces y que en la medida en que nos demos la oportunidad de fallar, más relajados nos enfrentaremos a las circunstancias, los retos y las vicisitudes que la vida nos presenta de manera cotidiana.
Cuando se falla es importante considerar 7 aspectos que nos ayudarán a enfrentar la situación de manera diferente:
Entender que es normal fallar y que esto ocurra muchas veces a lo largo de la vida lo es aún más.
Darse cuenta de que la propia valía no está en juego sino todo lo contrario, ya que nos convertimos en personas con mayor experiencia y conocimientos.
Fallar nos permite tener claro qué es lo que no está funcionando.
Es así como se aprende más; justo cuando las cosas no ocurren como las teníamos planeadas.
Brinda la oportunidad de hacer ajustes para que las cosas salgan aún mejor que la primera vez.
Incrementa nuestro ímpetu.
Nos permite tener más experiencia.
Vale la pena reflexionar sobre los puntos anteriores con el fin de que las siguientes vivencias sean aún más enriquecedoras y tengamos así mayores posibilidades de éxito. Es importante entender que un fallo nos brinda la oportunidad de proceder de una mejor manera; con más conciencia y conocimiento que sin duda nos llevarán a hacer las cosas de forma más atinada. Y comprender también que la mayoría de las veces cuando cometemos un error, “no es el fin del mundo”. Casi siempre y casi todo se puede arreglar.
Algunas personas por diversas razones deciden no dar segundas oportunidades. Quizá fueron traicionadas o lastimadas de manera importante y eso las hizo dudar ante la posibilidad de una segunda oportunidad. Y tal vez si conociéramos la situación en específico o las circunstancias que se presentaron en su momento estaríamos de acuerdo. Sin embargo, conviene asegurarse de que esto no suceda cuando hablamos de nosotros mismos, ya que sin duda lo más importante es darnos cuenta de que merecemos y nos debemos dar una segunda, tercera o duodécima oportunidad. ¡Las que sean necesarias! Actuar así nos permite entender y aprender del pasado, dejarlo atrás y emprender un nuevo viaje en el presente mientras cambiamos el rumbo para crear nuevas posibilidades y un futuro mucho más prometedor.
Entendamos que la vida es un viaje de prueba y error. Uno en el que se acierta y se tienen desatinos, pero uno en el que vale la pena probar, tratar y enmendar cuando sea necesario. Y sin duda, un viaje que vale la pena ser recorrido…
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